POLVO
Nombre de la obra: POLVO
Dirección y coreografía: Nathalie Elghoul
Producción: La Fábrica, cuerpo-espacio
Intérpretes: Denisse Ramos, Isis Granda, Gabriela Chávez, Carolina Chacha, Patricio Albarracín
Diseño sonoro: Juan José Ripalda
Video y fotografìa : Estudio COGRA
Duración: 50 minutos
Sinopsis:
Insistir en el intento de desenterrar los abismos de nuestras memorias escondidas en algún lugar del cuerpo. Hablar del presente desde nuestras ausencias: resucitarlas. Recomponer cuadros de repeticiones macabras. Constelar historias de vida y de familia. Ahondar en el abismo del vacío de las historias que nos conforman, friccionando la realidad, reinventando fantasmagóricamente esas presencias que nos invaden. La madre, el padre, las fotos familiares que anidan en nuestra memoria. El caos de una sociedad fracturada, de personajes que se desintegran y mutan en un recorrido anárquico donde los intérpretes revelan sus universos personales, sus traumas y sus miedos, reinventando situaciones casi oníricas basadas en el recuerdo, como un rompecabezas anacrónico y fugaz, imposible de rearmar.
Esta obra es el resultado de indagaciones individuales y grupales con el tema de la familia: lo que nos compone, lo que nos inhibe, lo que nos une y divide pero también La familia como metáfora de la sociedad, como un reflejo de esa lucha entre la individualidad y la colectividad.
La obra es un viaje hacia atrás, desenterrando la memoria, aquellas memorias guardadas y escondidas en algún lugar del cuerpo, en algún lugar del silencio de ese cuerpo. Es la recreación de una historia mal contada, reminiscencias de cuerpos que tratan de aproximar sus propias historias de vida. Los personajes se desintegran y mutan en un recorrido caótico en donde los intérpretes desarrollan y desmiembran sus universos personales, recomponiendo el recuerdo, la memoria inestable.
La ausencia, el maltrato, la violencia del silencio y de la censura -la autocensura para poder coexistir- sólo es un abreboca de una sociedad fragmentada por la incomunicación, el prejuicio del otro y el miedo.
Tuvimos que ahondar en los abismos de la memoria. Resucitar a nuestros muertos y reinventar sus historias. Tratar de hilvanarlas con las nuestras. Hablar en el presente de/desde esas ausencias, que significan, que se reinstalan como cuadros inconscientes de repeticiones macabras, para vivirlos por un rato. Ser juez, ser parte. Ahondar en esos vacíos que ya no nos pertenecen, y sin embargo, nos conforman.
El parto se vuelve presente en varios momentos como el recuerdo del instante en que fuimos concebidos. Auto referencia y burla y autocrítica desde lo más cercano que nos congrega, para repensar la sociedad que nos destruye, nos impone.
La familia como puente, como imposibilidad de reunir, como peso para la libertad. Un niño que observa el mundo que se derrumba, un adulto que se observa como niño observando. Historias fantasmales de aquellos que estuvieron, que no conocimos, pero marcaron nuestra existencia.
¿Para qué reubicar las fichas de la memoria, intentando atrapar las secuencias familiares que nos torturan, que nos afectan?
Tal vez, para atraparla, por querer borrar lo que nos duele.